El voto del arcoíris

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Verán ustedes, a mi edad las experiencias pasadas se convierten en desvelos nocturnos rutinarios. No es que sirvan de mucho, pero he visto demasiadas cosas en esta Ceuta como para permanecer impasible ante lo que se nos viene encima, si no lo remediamos.

Revisando mi diario, he descubierto que hace unos años, en una noche similar a estas noches de mayo, con unas canas menos y mucha inocencia más, me desperté sudoroso y escribí algo que ahora quiero recordar. No, no sean mal pensados, no tuve una pesadilla en la que Abascal me persiguiera con una biblia y la bandera del pollo en la mano, no, en aquella época ese personaje no salía en los medios (¡uy, qué casualidad, igual que ahora!). El origen de mi zozobra estaba en una pregunta que se me vino a la mente subrepticiamente, sin haberlo planeado ni nada, así, de sopetón. ¿Y ahora a quién voto yo?

Entonces escribí que puede que haya mucha gente que sepa de antemano quién es el santo de su devoción, de su devoción política, se entiende. Incluso puede que haya quien el voto en su familia lo herede de generación en generación, como la alopecia. Pero yo, que siempre he tenido la manida costumbre de ver, comparar, y comprar si encuentro algo mejor, nunca he dudado en mercadear con mi voto al que mejor se portara, me ha dado igual que llevara chaqueta de pana o corbata azul. Quizá sea porque he tenido la inmensa suerte de abrir lo suficiente los ojos durante mi vida como para saber que la ideología en política es una falsa conciencia que, parafraseando a Marx, aplicada al pensamiento de los individuos dificulta conocer la verdad.

Por eso hago acopio de ideas para saber qué es lo que tiene que ofrecerme aquel a quien entregue mi amor eterno en forma de papeleta.

Desde entonces he madurado. Como si de un arcoíris se tratara, hay más colores en la opción de voto que los que había entonces, y esos pensamientos etéreos, algo indefinidos, los puedo ir ya concretando. Yo ya no quiero que me prometan un caramelo, la diabetes me acecha cruel. Tampoco me contenta la promesa de dos o tres fruslerías que harán que todo siga igual. No me conformo con nada que no sea una ilusión para el futuro de mis nietos.

Empecemos por el color azul, el color de, por ejemplo, Papá Pitufo, (líbreme Dios de personalizar esa imagen en un personaje político de Ceuta.) Qué quieren que les diga, ese color ya ha mostrado todo lo que tenía que mostrar. Me enseñaron que a las personas se les conoce no por lo que dicen, sino por sus actos. Y Ceuta, con el color azul actuando durante lustros, sigue teniendo las mismas graves carencias y miserias, e incluso peores, que tenía hace veinte años. Y eso por no hablar... (¿Cómo que no? Sí, también lo voy a soltar)…, de los casos de corrupción, consejeros dimitidos, cargos imputados y fondos dilapidados. Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Yo, como soy especialmente tonto, tengo mi límite incluso en tropezar tres, pero no más... sería de género sub-sapiens.

En cuanto al verde..., ¡ay, qué decir del verde esperanza! Rebotados del azul, anclados en el pasado, soñando con una España cristiana (¡Viva don Pelayo, y Santiago matamoros!), libre de esa enfermedad que tanto les inquieta llamada... (¿Cómo era...?)... Ah, sí, homosexualidad, o soñando con una pistola bajo los colchones para dirimir disputas si el vecino asa sardinas sin avisar y nos impregna la ropa. Y no olvidemos ese muro de 10 km de altura que quieren empezar en la playa del Tarajal y terminar en las playas de Tarifa (dejando un hueco para un aeropuerto tan rentable y activo como el de Castellón), con francotiradores como medida de reserva, por si alguno se cuela. Por cierto, el verde..., ¿no es también el color del vómito?

Y no nos olvidemos del rojo..., ¿o ya es morado? Deben disculparme, no estoy muy seguro. Cuando te das un buen golpe sale sangre o, si no hay corte, se te pone morado. Seguramente de ahí mi confusión. Ah, pues esos tonos combinan muy bien con los tonos tropicales venezolanos. Pero, qué quieren que les diga, a mí eso de que me prometan que voy a cobrar sin trabajar, que me van a dar casas gratis, o que voy a ser más guapo y alto si les voto... no sé cómo decirlo sin ofender..., digamos que el hecho que duden de mi nivel intelectual y me falten al respeto no me agrada demasiado. Tomar a la gente por crédula o tonta, no debería ser la bandera de ninguna opción política. Y si a eso le unimos que algún que otro caballa de pro va en las listas como imputado o que los rojos han demostrado la misma ineficacia que los azules, o que la ruina económica me da más miedo que un disco de Falete traducido al dariya pues está todo dicho. Bueno, todo no. Me causa mucho interés ver la lucha interna de todo ese grupito tan colorido mercadeando con los votos de la necesidad y dispuestos a hacer lo que sea por conseguir el Trono de Hierro. La lucha promete ser muy entretenida.

Quizás sea muy simple, quizás el esperar que una opción política me ofrezca gente con ilusión, con proyectos sensatos y coherentes, sin mochilas de corrupción o sin que quieran cargarse Ceuta sino que le den un futuro sea demasiado esperar. Mientras escribo en mi libreta y con mi bolígrafo, ambos NARANJAS, barrunto cuál será la respuesta a mis inquietudes. Y sólo se me ocurre una que me ofrezca eso.

Y ahora sí, ahora que lo he soltado todo me siento desatascado, como si hubiera tomado un Almax tras una degustación de fabadas. Ahora ya puedo volver a la cama con la conciencia tranquila para retozar entre las sábanas... Pero con prudencia, que a esta edad y con la ciática galopante, en un mal movimiento puedo acabar verde, morado, rojo o azul.

Como buen ciudadano, prefiero prevenir tomando vitamina C de las naranjas. Hacer otra cosa sería muy poco saludable.

Justino Lupiáñez Mancebo

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